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Esperamos que disfruten de este momento con nosotras y que experimenten el amor y la providencia del Amor Sacramentado en esta pagina.

Mensaje a los jóvenes que aspiran a una vida de adoracion en espiritu y verdad



¿Deseas seguir a Jesús Sacramentado y mostrarle tu amor ahí donde estudia trabajas y te diviertes, reparando de parte de aquellos que no lo aman y adoran; alcanzando gracias y bendiciones para nuestra Iglesia, tu familia, y para ti, de forma que Jesús sea de todos conocido adorado, amado, y agradecido en todo momento, en la Eucaristía?.

Has descubierto, que la adoración a El, corre por tus  venas, en tus huesos, en lo más profundo de tu ser. Así como se elevan las llamas, así reconoces que en tu alma, ha de elevarse para adorar.Al decir si, a Jesús Sacramentado, tomas tu vida, como si fuere aromático incienso y la arrojas con dadivosa mano, en el brasero del Amor, para quemarla ante la Misericordia del único que te ama perdona y comprende de verdad. Deseas que perfumadas nubes de adoración, se eleven incesantemente ante su Trono de Amor.

Quiero decirte que el espíritu de verdadero adorador, se mueve en la humildad y en la continua conversión.

Esa humildad, que no es, sino una forma del amor, y que te señala el lugar que debes tener; el del incondicional amante que ofrece a Jesús Sacramentado, cada una de sus respiraciones.

Es la virtud que te postra a adorar al Ser Supremo, pues al ver la grandeza de Jesús y ver cuán limitada y débil eres, no puedes hacer otra cosa, que póstrate, reconocer tu  faltas, pedir perdón y amarle como respuesta a su Amor.

Es el espíritu de humildad, el que hace que el corazón se ensanche y desee que esta adoración llegue hasta los últimos confines de la tierra. Pues es ella fuente de gozo, y la dicha verdadera para todo ser. Es el espíritu de humildad, el que te arroja de cabeza y con todo el corazón, sin reservas, las cosas humillantes, no porque reconoces que las has merecido, _eso no sería más que justicia,_ sino porque El, se abrazó a ellas, antes que tu.

Y no hay espíritu de humildad, sin humillaciones. Me preguntaras ¿Cuáles? Las de tu vida, trabajo, horario, alimento, vestido, habitación, privaciones.

¿Y por que has de aceptarlas con los brazos abiertos y el corazón ardoroso? No porque eres frágil y pecador, sino porque El fue crucificado. ¡Piénsalo! ¡Dios todo poderoso desnudado por amor a ti! Por eso te despojas prestigio, situación, comodidad... y de toda posibilidad de adquirir cualquier cosa, excepto gloria y adoración para El.

Y al vivir en este espíritu humilde, sufrirás. Pero estando con El, la lucha es victoria, el sufrimiento redención, la alegría oración y el amor una vida; y si todo lo hacéis con fe y por la fe, por el autor y término de nuestra fe, entonces habréis ganado una corona de mártir, la salvación de muchas almas y el gozo de saber que Jesús es conocido como el Dios-Hombre, misericordioso y lleno de amor, y en consecuencia veras mas almas postradas a sus pies, adorándole y amándolo.
No es lo que haces lo que importa, sino por quien lo haces; no cuanto, sino como: no con cuanta energía, sino con cuanto amor. No son tu trabajos o sufrimientos lo que a El le interesa, sino con cuanto amor los realizas.

¡Joven Adorador! Has emprendido un camino angosto, pero grandioso, y quien quiere transformarte, Jesús, es el que desea verte siempre con ánimo firme y actitud de lucha; es El, el que desea que renazcas a una vida nueva.

El es, el Rey de cielo y tierra, Dueño y Señor del universo, y como a El, nadie te quita la vida, la das, porque así lo quieres. Y este Rey desea hacer de ti un valiente Guerrero.
Por ello, querido joven, constantemente recuerda a Aquel que ha herido tu corazón, con el dardo amoroso de la adoración,- y que diariamente vierte en tus venas, su Sangre Preciosa, al recibirle Sacramentado.

Valora siempre, la Sangre Regia que por ti corre; así que de tal manera, lucharas porque todo tu  porte: digno, sencillo, alegre y silencioso; refleje, cuan consiente eres de esta dicha, y cuan orgulloso te sientes con tal dignidad, que El, sin mérito alguno de tu parte, te lo concede.

El, desea convertirte en una criatura del todo nueva, y para ello debes vivir constantemente en su Misterio Pascual, es decir, padecer y morir, para resucitar a una vida diaria de amor, alegría y paz. Debéis dejarte partir como pan, para ser entregado como alimento que fortalezca la fe y comunión de tus hermanos amigos y conocidos y en ellos, las de aquellos que necesiten de tu oblación.

Y así cuando algo hiriere tu ser; escucharas de Jesús que te dice:
_
Animo, no tengas miedo. Soy Yo, quien te ama, quien te crucifica, quien bendice y consagra el pan de tu vida, lo fracciona y lo comparte con amor; quien te desea bello y transformado.

Y cada vez que la voz del pasado, la soberbia, la desolación, el hombre antiguo, te quiera hacer retroceder del camino emprendido, dirás desde lo profundo de tu corazón:

¡TODO POR TU AMOR DIOS MIÓ!

Cuando te cueste perdonar a  tus hermanos,  o familiares en el pasado o presente vivido:¡TODO POR TU AMOR DIOS MIÓ!

_Cuando te cueste amar: ¡TODO POR TU AMOR DIOS MIÓ!

Cuando te cueste obedecer: ¡TODO POR TU AMOR DIOS MIÓ!

_Cuando te cueste aceptar
Tus limitaciones y faltas:¡TODO POR TU AMOR DIOS MIÓ!

_Cuando te cueste desprenderte de tu forma de pensar o hacer las cosas.-¡TODO POR TU AMOR DIOS MIÓ!

_Cuando te cueste aceptar alguna alguien:
 ¡TODO POR TU AMOR DIOS MIÓ!

_Cuando te cueste no justificarte:
¡TODO POR TU AMOR DIOS MIÓ!

_Cuando te cueste ser puntual:
 ¡TODO POR TU AMOR DIOS MIÓ!

_Cuando te cueste guardar silencio:
¡TODO POR TU AMOR DIOS MIÓ!

_Cuando te cueste rezar con fervor y claridad:
¡TODO POR TU AMOR DIOS MIÓ!

 _Cuando os cueste levantarte del descanso:
¡TODO POR TU AMOR DIOS MIÓ!

^Cuando   te   cueste   dejar   de   hacer   lo   que   estás
haciendo: ¡TODO POR TÚ AMOR DIOS MIÓ!

Todo por su amor... lo harás y aceptaras y El complacido te mirará, y por cada vez que alces este suspiro de amor de  tu pecho, El hará descender no solo sobre ti, sino sobre el mundo entero, miles de gracias y bendiciones.

Cree esto firmemente, valiente joven, y te prometo que tu alma a pesar de la tempestad, gozará de paz en esta vida y llegaras a ser un verdadero seguidor de Jesús Sacramentado y una verdadero Padre de las almas necesitadas de tu generoso amor...

Recuerde siempre las palabras de Nuestro Padre San Agustín:
_¡Oh Señor! dadme lo que me pedís y pedidme lo que deseáis^...

FSC

SANTOS Y PECADORES EN LA IGLESIA

No podemos negar que son muchos los que dudan de la Iglesia, y dicen ellos que todo les viene de las cosas negativas que ven en la misma Iglesia.
Quizá no debemos ser tan cándidos como para creerles a la primera. Porque los que así hablan, ¿son inocentes o son pecadores? Si son inocentes, podríamos creerles algo, aunque les diríamos que deben instruirse un poco más. Si son pecadores, ¿por qué tiran la piedra contra los otros y no empiezan por sí mismos?
¿Hay algún pecador que acuse de buena fe a otro pecador? Si se sienten ellos pecadores dentro de la misma Iglesia, ¿cómo no se dan cuenta de que la Iglesia es santa, pero compuesta de hombres que necesitan de purificación?
Es lo que nos enseña el Magisterio de la misma Iglesia por el Concilio: La Iglesia recibe en su seno a los pecadores y busca sin cesar la penitencia y la renovación.
San Ambrosio, un Santo Doctor de los primeros siglos, lo confesaba así: La Iglesia toma a propósito la apariencia de una pecadora, pues también Cristo ha tomado la figura de pecador.
Por cierto, que un Obispo también de la antigüedad, predicaba así a sus fieles:
* Nosotros los obispos y los sacerdotes tenemos el deber de predicar y vosotros el deber de escuchar. No porque yo lleve una vida desordenada y me arrastre en el cieno, tenéis derecho a despreciar la palabra de Dios. ¿No ven cómo también el plomo sirve a los emperadores para traer por tuberías el agua a sus palacios? Y aquí, en la Iglesia, junto a los vasos de oro y plata, adornados de joyas, turquesas y amatistas —esto son los santos— hay también vasos de barro que no por eso debemos despreciar.

¿A quiénes acogió Cristo en su vida? Las piedras que Él buscó y de las cuales hizo el primer material de la Iglesia fueron los pobres, los enfermos, los pecadores... De ellos hizo unos santos y con ellos echó los fundamentos del gigantesco edificio que sería su
Iglesia.
La Iglesia que fundó Jesucristo no fue de inocentes que después se hicieron pecadores. La Iglesia fue de pecadores que se hicieron inocentes con la santidad que les infundió el Espíritu Santo. La Iglesia no es hoy —como no lo ha sido nunca—, de santos que no necesitan conversión, sino de pecadores que se vuelven continuamente a
Dios, y de santos que se tienen que purificar cada día más y luchar para mantenerse fieles a Dios y a Jesucristo.
Esto es una humilde confesión propia que hacemos todos nosotros. Sí, es cierto.
Nosotros nos gloriamos de ser hijos fieles de la Iglesia. Confesamos con humilde orgullo que somos Iglesia. Y, sin embargo, ¿quién de nosotros no siente en sí el peso de la culpa y la necesidad de volverse mil veces a Dios?
Nosotros somos los mejores testigos y los más creíbles testimonios de que la Iglesia no está hecha de santos, sino de pecadores que quieren ser santos, que trabajan por ser santos, que están solidarizados con otros hermanos —tal vez pecadores muy notables—pero que buscan y esperan en la Iglesia la gracia del perdón y de la santidad que les lleven a la salvación. Calumniar a la Iglesia por los defectos humanos que se ven en ella, es no conocer las parábolas con que Jesús explicó el misterio del Reino de los cielos: en el campo se ha sembrado el trigo bueno al que se le ha mezclado, por obra del Maligno, la cizaña mala;
y es la red en la que cae toda suerte de peces, buenos y malos. Así será hasta el fin, cuando quedarán definitivamente separados el trigo y la cizaña, los peces malos de los peces buenos.
Un católico muy convencido y otro nada practicante discutían sobre este punto, y mal católico no hacía sino denigrar a la Iglesia. El católico bueno, con paciencia y cariño, como estampa del buen Jesús, lleva a su contrincante al huerto, donde había unos árboles con verdadera exuberancia de frutos. Agarra algunas manzanas que habían caído al suelo, agusanadas y medio podridas, y se las alarga con una invitación:
- Tómelas, tómelas, para usted.
Y el otro, con despecho:
- ¿Esto quiere usted que yo me coma?
El católico bueno, sin perder la calma:
- Es lo que usted escoge de la Iglesia, lo malo, lo que ha caído a tierra. ¿Por qué no
levanta los ojos al árbol?
El árbol, efectivamente, ofrecía aquel año una espléndida cosecha de manzanas
exquisitas, que le ponían al improvisado maestro de la fe en los labios el mejor de los
argumentos:
- Esto es la Iglesia. ¿Por qué mira usted los malos que caen, y no mira los buenos, que son muchos más? Esos buenos son los santos y somos todos los pecadores que en la Iglesia encontramos el perdón y la salvación.
Siempre que se habla de este tema, viene la concusión para nosotros los católicos: ¿hay que amar a la Iglesia a pesar de sus defectos humanos? ¿Hay que amar a la mamá, aunque sea pobre o no sea bonita?... La respuesta se cae por su propio peso, y contestamos con energía: ¡Pues, claro que hay que amarla, porque con la madre se está siempre!
Cuánto más, que nuestra Madre la Iglesia está llena de glorias. Y llegará día —que nuestro Señor se lo prepara muy bien— en el que la Iglesia, purificada en todos sus miembros, aparecerá radiante y llena de hermosura, digna Esposa de Jesucristo, al que dará alegrías sin fin... La Iglesia, ahora santa y pecadora a la vez, entonces será santa, solo santa, sin un solo pecador en su seno...






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